Dietas | El #podcast de @elreportero

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La realidad es que no hemos encontrado la forma idónea de adelgazar. Docenas de estudios probaron que las personas pierden un poco peso y lo vuelven a recuperar.


José Antonio Zapata Cabral / elreportero.com.mx

Todos queremos vernos bien, y en muchos lugares del mundo eso significa ser delgado, pero hay un problema para lograr eso, porque hoy estamos comiendo más calorías y, en consecuencia, la obesidad en el planeta ha aumentado.

Que haya cada vez más gorditos ha desarrollado una muy fuerte industria de dietas que sólo en Estados Unidos vale 66 mil millones con la venta de libros, comidas especiales, programas de membresías, polvos y pastillas que ladran por todos lados tener el secreto para perder peso.

Pero es mentira. La humanidad no ha encontrado la forma idónea de adelgazar.

Docenas de estudios con absoluto rigor científico probaron que la mayoría de las personas pierden un poco peso y lo vuelven a recuperar.

Es una verdad que todos los valientes que lo han intentado conocen muy bien, y sin embargo, la industria sigue más boyante que nunca.

Soy Antonio Zapata, mejor conocido como @ELREPORTERO, y en este octavo episodio de la primer temporada nos vamos a dar un atracón de información sobre por qué seguimos haciendo dietas, y las razones científicas del porqué simplemente no sirven.

Por cierto, este podcast ya lo puedes encontrar en múltiples plataformas, así que si utilizas, iTunes, Spotify, Anchor, Soundcloud, Google Podcasts, Overcast, Pocketcast, RadioPublic, Stitcher o Breaker, sólo tienes que buscar en ellas EL REPORTERO para suscribirte y no perderte ni uno solo de nuestros maravillosos episodios.

Y ahora sí, engordemos nuestro cerebro con más conocimiento.

A lo largo de su vida, una persona hace cinco dietas, y ese dato se eleva a siete cuando se trata de mujeres. Sólo hace falta que salgas a la calle, que te conectes a internet o que prendas la televisión para que te des cuenta del brutal bombardeo mercadológico de soluciones, métodos y estrategias de adelgazamiento que nos llega por todos lados. Hay un exceso de dietas para escoger y nuevas salen todo el tiempo, y todas proclaman a los cuatro vientos que están a la vanguardia de la investigación científica.

Pero la realidad es que la mayoría son las mismas dietas que van y vienen, y sus argumentos no son respaldados científicamente.

Por ejemplo, la dieta cetogénica, que es una revolcada de la dieta Atkins, argumentan que quitando los carbohidratos puedes comer más calorías y perder peso, pero eso es completamente falso, y muchos estudios lo han probado.

Hay otra dieta de moda que se llama la dieta paleolítica, que incluye frutos secos, pollo y frutas pequeñas, pero resulta que nuestros ancestros comían más bien granos.

Existen dietas que dicen cómo comer según tu tipo de sangre, pero no hay evidencia científica rigurosa que sustente eso.

La ciencia rechaza el concepto de desintoxicación -D-tox como le dicen los falsos gurús de YouTube- porque nuestros cuerpos evolucionaron para deshacerse muy bien de cosas dañinas por sí solos.

Los suplementos de dieta, en especial las pastillas, no están regulados y los fabricantes ni siquiera tienen la necesidad de probar que son efectivos.

También hay dietas que se dicen bajas en grasas, pero ese textito de "bajo en grasa" en una etiqueta no significa que es saludable, pues resulta que la mayor parte de las veces son productos llenos de azúcar y calorías.

Cuando se trata de dietas bajas en grasas y carbohidratos hay muchos conflictos, pues hay quienes dicen que son buenos, y otros que de plano los comparan con el mismísimo diablo.

En 2013 el Dr. Christopher Gardner y su equipo en Standford crearon un estudio en el que investigaron las dietas bajas en grasa y bajas en carbohidratos. Reclutaron a 609 voluntarios que debían perder entre 7 y 45 kilos, y además de asignarles al azar una dieta baja en grasa o carbohidratos por un año, les pidieron que no hicieran cuentas de la ingesta de calorías.

El resultado del estudio fue contundente, pues resultaron ser prácticamente idénticos, y muy pocos de los sujetos perdieron peso, mientras que la gran mayoría quedaron exactamente igual que al inicio de la investigación.

¿Por qué las dietas funcionan en unos y no en otros? La respuesta es muy simple: porque la mayoría de las personas no logran seguirlas.

Para cualquier gurú de televisión o de redes sociales eso sería atacado como una falla personal, pero es más bien una muestra de que el método de comercialización de las dietas es su propio veneno, por así decirlo, pues las venden como si fueran fáciles de seguir y con resultados casi inmediatos.

Este enfoque nació en 1863, y resulta que fue un embalsamador británico, William Banting, el responsable de su creación al publicar el primer libro de dietas exitoso. Se llamaba "Letter on Corpulence" y era un plan bajo en carbohidratos de 16 páginas.

El secreto de su éxito radicó en ser escrito a manera de un recuento cordial y autobiográfico, muy distinto a las instrucciones autoritarias de la época, y sumaba en sus líneas mucha compasión y una buena dosis de humor.

El documento resulta sorprendentemente moderno al tener entre sus líneas palabras y frases claves que hoy en día podemos reconocer fácilmente, como "Yo empatizo contigo. Alguna vez tuve tu cuerpo. Si sigues mi plan te prometo que te salvarás".

Y el libro se volvió un éxito a tal grado que en Europa usaban la palabra "Banting" para referirse a "dieta". De hecho en Suecia aún dicen "Jag bantning", "estoy a dieta".

En nuestra época moderna vemos una verdadera epidemia de gorditos, pero de acuerdo a nuestra historia, tener sobrepeso era la excepción, no la norma que hoy padecemos. Antes la comida era cosechada y preparada casi el mismo día, y por ello comer lo suficiente requería mucho esfuerzo, pero en Occidente eso cambió drásticamente después de la Segunda Guerra Mundial.

Los sistemas de transporte y producción mejoraron sustancialmente, las empresas empezaron a fabricar comida en cajas y se podía almacenar por largos periodos de tiempo. A la gente le encantó porque era muy conveniente.

Mientras eso sucedía, comenzó a hacer su aparición el término ‘comida procesada’, que es lo que pasa con los granos enteros cuando son convertidos en harina blanca al quitarles la capa externa de salvado y el germen de trigo, que es donde están todas las vitaminas, minerales y fibra. Usualmente la solución industrializada es regresar esas vitaminas y minerales, pero en el camino de la divulgación de los procesos, muchos consumidores que no habían oído de estos nutrientes relacionaron su presencia en la comida con la salud y de esa forma nació la industria de la dieta moderna.

A principios de los años sesentas hizo furor en Estados Unidos un licuado de proteínas llamado Metrecal, que en cada lata tenía 225 calorías en 14 sabores distintos y estaba fortificado con vitaminas y minerales.

Fue una sensación enorme, tanto que el famoso bar de licuados Trader Vic's ofrecía un almuerzo de 325 calorías, la exclusiva tienda Bergdorf Goodman daba un envase gratis para cada bebedor de Metrecal, el Restaurante del Senado lo ofrecía en su menú y se sabía que el presidente John Kennedy era fan.

Pero el furor de Metrecal llegó a su fin. Para 1980 la empresa dejó de producirlo porque a la gente ya no le gustaba tanto beberse un licuado terroso en lugar de una comida, y también porque fue superado por modas de dietas pasajeras.

Y así es como hemos llegado al relajo actual que funciona de la siguiente manera: La industria de la dieta nos presiona a cortar calorías, y la industria de la comida nos dice que comamos más.

Entre más pasa el tiempo, más me convenzo que muchos de los males actuales nacieron en los ochentas, y fue precisamente a inicios de esa década cuando el gobierno de EE. UU. cambió su política de subsidiar la agricultura e incentivó a los agricultores para cultivar toda la comida posible, de esa forma los productos alimenticios se abarataron enormemente y la gente no sólo comía más abundantemente, sino que también comenzó a hacerlo a todas horas.

Aquí es donde entra el bonito dato estadístico que revela que a finales de 1970, el 28 % de la gente comía dos botanas o más al día, y que a mediados de 1990 ese número subió a 45 %.

Para explicar el aumento de peso de las personas que vivimos en occidente, entre 1980 y 2000 la gente añadió a su ingesta calórica un promedio de 570 calorías por día, para alcanzar los actuales y muy gordas 2,370 calorías.

Así fue que el peso de las personas se convirtió en problema de salud público, y los gobiernos empezaron a invertir en investigación, lo que llevó al entendimiento científico de por qué hacer dieta es difícil.

Irónicamente, un reality show nos mostró precisamente esa realidad de forma gráfica y entretenida, pues resultó ser una investigación única para estudiar por primera vez a personas que perdían mucho peso, 59 kilos en promedio durante siete meses.

La gente que llegaba a “The Biggest Loser” tenía un índice de masa corporal de más de 30, prácticamente en el rango de obesidad mórbida. Tras las competencias los integrantes de esta peculiar experiencia televisiva se convirtieron en objeto de mediciones y estudios incluso hasta seis años después de la competencia, y resulta que prácticamente todos recuperaron dos tercios del peso que habían perdido en promedio.

Hasta allí, nada sorprendió a los científicos, pero hubo algo que sí les llamó la atención, pues su metabolismo había bajado mucho más de lo esperado.

Aquí es importante dejar bien claro qué es el metabolismo, porque hasta para ese proceso hay mitos ridículos:

Es la energía requerida para mantener vivos células y los tejidos. La comida que comemos es la fuente de nuestra energía, y la mayoría de esa energía, entre el 70 y el 90%, es usada únicamente para procesos del cuerpo como por ejemplo la digestión, mantener al corazón latiendo y hacer crecer el cabello, no para actividades como caminar, montar bicicleta o trotar.

Por supuesto que es cierto que la actividad física es buena para el tono muscular y la salud, pero la realidad es que no quema tantas calorías como te han dicho, y en general termina siendo contraproducente para quienes lo hacen con la idea de bajar de peso, porque al terminar de ejercitarse la gente tiende a comer más calorías.

Para poner las cosas un poco más complicadas, perder peso no solo es una cuestión de fuerza de voluntad, pues nuestros cuerpos se resisten biológicamente al cambio de peso, especialmente si es a la baja.

Por si fuera poco, tenemos que añadir a estas complicaciones una hormona latosa llamada leptina, encargada de avisarle a nuestro cerebro cuánta hambre tenemos.

Varios estudios han encontrado que los niveles de leptina son más bajos en quienes pierden peso, así que resulta que es un doble revés, porque quienes pasan por ese proceso queman menos calorías y, al mismo tiempo, desean comer más calorías que antes de haber perdido peso.

Y por si se te hacía poco todo este rosario de problemas, tenemos que añadir algo imposible de controlar: nuestros genes.

Y es que resulta que más del 50 % de la variación entre la gente y lo pesados que nos ponemos se debe a nuestros genes.

Si bien es cierto que eso no significa que tu peso lo determinen tus genes, ciertos genes hacen más propenso el sobrepeso en cierto ambiente.

Sabemos que la genética de los humanos no ha cambiado mucho en los últimos 30 años, lo que descarta que esté relacionada con la aparición de la epidemia de obesidad. Así pues, nuestros genes no han cambiado, pero la comida que ingerimos sí.

En occidente la comida procesada calórica es más barata y fácil de obtener que la comida sana, y esto es particularmente evidente en áreas de bajos ingresos. Por eso la obesidad obesidad varía tanto en los diferentes grupos étnicos. Millones de personas no viven cerca de supermercados, y es por ello que no pueden obtener comida fresca fácilmente.

A todas estas complicaciones hay que agregarles todavía los mezquinos intereses corporativos, las empresas depredadoras que sólo piensan en las ganancias y la plétora de gobiernos incapaces de implementar políticas alimentarias que nos protejan de la comida ultra procesada.

Con todos estos problemas, pareciera imposible acceder no sólo a una comida saludable, sino a una dieta efectiva pero, por fortuna, no es así.

¿Recuerdas el estudio de Stanford del que hablamos al principio? Pues es momento de hablar sobre las personas que sí perdieron peso.

El énfasis puesto a los participantes en comer alimentos naturales les llevó a perder peso, y aunque algunos alimentos eran altos en calorías, eran más nutritivos y llenan más, lo cual es efectivo y provocaba que fuera menos probable recaer en un aumento significativo de peso.

Cuando las personas dejaban de concentrarse en contar calorías, y se enfocaban en comer menos grasas o carbohidratos, sus informes a los investigadores confirmaron que habían logrado reducir 500 calorías por día.

Los investigadores se encontraron con que si le hubieran dicho a esas personas que, en vez de seguir la dieta, hubieran dejado de comer una tercera o una cuarta parte de lo que siempre comen, hubieran logrado exactamente el mismo resultado.

Y ese es justamente el Santo Grial de una dieta exitosa: Una dieta que puedas seguir para que no sienta como una dieta, sino como tu forma de comer.

Lograrlo requiere cambiar la relación que tenemos con la comida, y aunque no lleguemos al peso ideal siguiendo esta estrategia, inevitablemente estaremos más saludables.

Los humanos hemos vivido en comunidades la mayor parte de nuestra historia, y muchas veces estuvimos al borde de la escasez de comida y el hambre. En esos momentos complicados soñamos con tierras mágicas llenas de comida fácil y deliciosa.

Es irónico, pero en realidad justo hoy vivimos de esa tierra mágica donde podemos comer cuánto y cuándo queramos, solo que en esta versión aún sufrimos.

La razón principal por la que fallan las dietas es porque se concentran solo en perder peso, y es una batalla perdida antes de empezar porque la fisiología humana se asegura de que mantengamos el peso.

Por supuesto que las dietas pueden funcionar, y sólo se necesita comer menos calorías y mantener ese nivel de consumo.

Lo que sí de plano es una fantasía inexistente es la ristra de dietas, polvos, pastillas o prácticas peligrosas como las formas extremas del veganismo, llamadas frugivorismo o crudivorismo, que en su promesa de soluciones mágicas ponen en riesgo tu salud y hasta te pueden llevar a la desnutrición y a la muerte.

Así pues, este nutritivo podcast concluye con el consejo alimenticio por el que millones de personas pagan miles de millones de dólares cobrados sabiamente por nutriólogos, médicos y asesores alimenticios:

  • Come frutas y verduras,
  • No comas mucha comida chatarra,
  • Equilibra tu ingesta calórica con el nivel de actividad que tienes,
  • Intenta comer comidas no procesadas lo más que puedas.

Nada complicado, y benéfico para tu salud.



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