La distracción del circo vaticano El esperado momento ha llegado y con él, la función más exclusiva del cristianismo: 133 ancianos vestido...
La distracción del circo vaticano
El esperado momento ha llegado y con él, la función más exclusiva del cristianismo: 133 ancianos vestidos de rojo, varios con problemas de ciática y todos con opiniones inflexibles, han sido encerrados con llave en la Capilla Sixtina para decidir quién llevará la tiara papal. Porque si algo caracteriza a la democracia divina es que ocurre en total secreto, bajo frescos de Miguel Ángel y con un sistema de comunicación tan avanzado como el humo de una chimenea. El término "cónclave" proviene del latín "cum clave" ("bajo llave"), recordándonos que la Iglesia prefiere resolver sus asuntos como en una película de espías del siglo XV.
La Capilla Sixtina, normalmente atestada de turistas con dolor de cuello mirando al techo, ha sido transformada en un búnker teológico. Los cardenales prestaron juramento de confidencialidad –porque aparentemente Dios aprecia el secretismo– y entonaron el "Veni Creator Spiritus", ese himno medieval que todos juran entender pero que nadie realmente comprende. Después, un funcionario eclesiástico pronunció "extra omnes" ("fuera todos"), ese latín útil para cuando quieres echar a la gente con estilo aristocrático.
Y como era de esperarse, la primera columna de humo negro emergió de la chimenea vaticana, producida por una mezcla de perclorato de potasio, antraceno y azufre, aunque bien podría ser el resultado de quemar los currículos de cardenales progresistas.
Si después de ocho días de rezos, intrigas y negociaciones celestiales no hay acuerdo, los dos cardenales finalistas pasarían a una elección por "muerte súbita", que tristemente no es tan dramática como suena. El récord histórico lo tiene el cónclave de 1268-1271 con 1,006 días de deliberación, lo que demuestra que incluso la inspiración divina puede enfrentar severos atascos burocráticos.
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La montaña mexicana parió un ratón económico
La economía mexicana logró la hazaña titánica de crecer un espectacular, impresionante y monumental 0.2% en el primer trimestre de 2025. Aplausos, por favor. Este "avance" —si podemos llamarlo así sin sonrojarnos— representa una expansión anual del 0.6%, cifra que superó las ya deprimentes expectativas de los analistas, quienes aparentemente habían apostado a que estaríamos aún más estancados. Como diría mi abuela: "Ni tan mal, podríamos estar muertos".
El desglose sectorial nos regala un panorama digno de una tragicomedia económica: mientras el sector agropecuario florece con un robusto 6.0% (¡gracias a que finalmente llovió!), el sector industrial se desploma un 1.4% (¿alguien ha visto a los inversionistas?), y el sector terciario se arrastra con un tibio 1.3% que apenas alcanza para comprar chicles. Este "equilibrio" sectorial es como presumir que tu casa está perfectamente balanceada porque mientras el techo se derrumba, el jardín tiene flores bonitas.
A pesar de este despliegue de mediocridad disfrazada de éxito, los expertos —esos mismos que no vieron venir ninguna crisis en las últimas décadas— mantienen sus pronósticos de crecimiento anual en un raquítico 0.4% para 2025, con "sesgo a la baja", eufemismo técnico para decir "prepárense para lo peor". Según datos del INEGI, institución que siempre ve el vaso medio lleno aunque tenga más agujeros que el presupuesto nacional.
Mientras tanto, nuestro socio comercial predilecto, ese al que estamos atados como rémora al tiburón, muestra signos inequívocos de resfriado económico. Estados Unidos registró una contracción trimestral de 0.07%, suficiente para que en México entremos en pánico preventivo. Su crecimiento anual de 1.9% y su proyección ajustada a la baja para 2025 de apenas 0.9% sugieren que cuando el tío Sam estornuda, México no solo se resfría, sino que cae en cama con neumonía.
Como siempre, seguimos celebrando mediocres victorias estadísticas mientras ignoramos el elefante en la habitación: nuestra dependencia crónica de una economía extranjera que también está cojeando. ¿Alguien tiene una aspirina económica? La vamos a necesitar.
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¡Se acaban los descuentos arancelarios!
En un espectáculo digno de las mejores rebajas de Black Friday, México impuso un récord histórico en envíos de mercancías a Estados Unidos durante marzo, con exportaciones totales que crecieron un impresionante 9.6% anual. ¿La razón de este súbito amor por los productos mexicanos? No es precisamente que nuestros vecinos del norte hayan desarrollado una adicción repentina al aguacate nacional o una fascinación irresistible por nuestros automóviles.
Las exportaciones manufactureras hacia Estados Unidos se dispararon un 10.0% anual, en lo que podríamos llamar "la gran estampida pre-arancelaria". Como reporta El Economista —esa publicación que nos recuerda con números lo que ya sabíamos por intuición—, nuestro país experimentó un crecimiento del 15.4% en sus envíos hacia EE.UU., superando a otros socios comerciales que no tuvieron la brillante idea de apresurar sus envíos antes de que la guillotina arancelaria cayera sobre sus cuellos.
Este fenómeno exportador sería digno de celebración si no fuera porque se debe principalmente a un efecto estadístico (ese maquillaje numérico que tanto adoran los economistas) y a la desesperada carrera contra el reloj fiscal. En otras palabras: México no está vendiendo más porque súbitamente sus productos sean mejores o más competitivos, sino porque todos querían cruzar la frontera antes de que subiera el peaje.
El llamado "nearshoring" —ese término que nuestros políticos pronuncian como si fuera una plegaria mágica— parece haber sido momentáneamente eclipsado por el "fearshoring": exportar por miedo a lo que viene. México, ese eterno optimista, celebra haber "librado el impacto arancelario" en marzo, como si esquivar una bala en abril no significara recibir tres en mayo.
Mientras tanto, nuestros funcionarios seguramente ya preparan comunicados triunfalistas sobre la "robustez de la economía mexicana", ignorando convenientemente que estamos bailando en la cubierta del Titanic mientras la orquesta toca.
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Fábrica de peatones involuntarios
En un episodio más de la interminable telenovela titulada "¿Llegaré hoy a mi destino?", el servicio en estaciones de la Línea B del Metro de la Ciudad de México fue suspendido con la misma naturalidad con que un político promete y luego olvida. Los afortunados usuarios experimentaron la emoción de ser desalojados de los vagones en plena hora punta, añadiendo así una aventura no planificada a su rutina diaria.
Con la eficiencia que caracteriza al transporte público capitalino, las autoridades del Metro pidieron amablemente a los pasajeros que abandonaran los vagones en la estación Oceanía después de que un tren decidiera tomarse un descanso no programado de casi 20 minutos. Porque claramente, después de dos décadas de servicio, la Línea B necesita pausas ocasionales para contemplar su existencia.
El Sistema de Transporte Colectivo (STC) Metro, en un alarde de transparencia informativa digno de un régimen soviético, comunicó lacónicamente que se suspendió el servicio por una "revisión en la zona de vías" —ese término técnico que puede significar desde "se cayó un tornillo" hasta "hay un agujero negro en las vías"—. Como siempre, la explicación llega con la misma velocidad que los trenes en hora punta: tarde y abarrotada de ambigüedades.
Para completar este ballet urbano de ineficiencia, la Red de Transporte de Pasajeros (RTP) brindará "apoyo" con autobuses en el tramo afectado, lo que en la práctica significa que vehículos diseñados para transportar 40 personas intentarán albergar a 400 desesperados pasajeros, creando así una experiencia cercana a las latas de sardinas, pero con menos espacio y más sudor.
Mientras tanto, en alguna oficina gubernamental, seguramente se prepara un comunicado asegurando que el Metro de la CDMX sigue siendo "uno de los más eficientes del mundo", probablemente escrito por alguien que nunca ha tenido que usarlo.
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Pesadilla Godín
La Ciudad de México vivió otro "día normal" con apenas tres marchas y ocho concentraciones dispersas por la megalópolis, porque aparentemente no hay nada más mexicano que expresar tu descontento mientras le arruinas el día a medio millón de personas que no tienen nada que ver con tu causa.
Las alcaldías Cuauhtémoc, Tláhuac, Miguel Hidalgo e Iztapalapa tuvieron el privilegio de ser las elegidas para este festival de pancartas y consignas, convirtiendo sus ya congestionadas vialidades en improvisados estacionamientos al aire libre. Porque claramente, la mejor forma de resolver problemas sociales es generando caos vial en una ciudad que ya funciona al borde del colapso.
El menú de protestas del día incluyó a los siempre animados miembros del CUSAEM y SSEM, quienes decidieron ejercitarse caminando desde el Monumento a la Revolución hasta el Zócalo para exigir el pago de un seguro, aumento salarial y respeto a derechos laborales. Imaginen su sorpresa cuando descubran que su marcha no resolverá instantáneamente un problema sistémico de décadas.
No podía faltar la conmovedora búsqueda del Centro Pedagógico Meztli en Tláhuac por una mujer desaparecida, porque en México las instituciones funcionan mejor cuando hay gente bloqueando avenidas. Y para completar, el FNADEZ también se sumó al maratón del Monumento a la Revolución al Zócalo para "apoyar a sectores productivos", aunque paradójicamente estaban impidiendo que muchos sectores productivos llegaran a tiempo a sus trabajos.
Las ocho concentraciones adicionales abarcaron un espectro tan amplio de demandas que pareciera que estamos viviendo en ocho países diferentes: desde justicia vial (ironía suprema mientras bloquean el tráfico) hasta protesta contra una nacionalidad otorgada, pasando por el rechazo a medidas de seguridad en una universidad (porque quién necesita seguridad, ¿verdad?).
Mientras tanto, los chilangos siguen desarrollando esa habilidad única de predecir rutas alternas basadas no en aplicaciones de tráfico, sino en el calendario de inconformidades sociales del mes. La verdadera aplicación que la ciudad necesita es una que pronostique: "¿Qué grupo bloqueará qué avenida mañana?".
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Desempolvando el manual de crisis
El conflicto entre India y Pakistán, esa eterna disputa fraternal que parece sacada de una telenovela geopolítica, ha escalado nuevamente con la sutileza de un elefante en una tienda de porcelana. Como si no tuvieran suficientes problemas internos, ambos países han decidido retomar su pasatiempo favorito: lanzarse bombas mutuamente mientras el resto del mundo suspira con resignación.
Las fuerzas indias, en un gesto de "diplomacia explosiva", han bombardeado territorio pakistaní, mientras en Cachemira —esa región que ambos países se disputan como niños peleando por un juguete— los disparos cruzados se han convertido en la banda sonora cotidiana. El saldo provisional de este espectáculo bélico es de 38 muertos, cifra que seguramente será citada con diferentes interpretaciones según el lado de la frontera desde donde se informe.
Mientras tanto, en México, la Secretaría de Relaciones Exteriores ha despertado de su habitual siesta diplomática para emitir una alerta a los mexicanos en Punjab. Uno se pregunta cuántos connacionales estarán realmente en esa región, probablemente contables con los dedos de una mano, pero la SRE cumple con su protocolo de crisis como quien marca una casilla en un formulario burocrático. "Estimados mexicanos en Punjab: les sugerimos amablemente que eviten estar donde caen bombas" debe ser el resumen de tan oportuna advertencia.
Lo verdaderamente irónico es que la SRE muestra más eficiencia para alertar sobre conflictos a 15,000 kilómetros de distancia que para resolver los problemas de mexicanos varados en aeropuertos extranjeros o víctimas de estafas turísticas en destinos más cercanos. Como siempre, nuestra diplomacia mantiene sus prioridades tan claras como el agua del Canal de la Viga.