Mayo ha sido para Claudia Sheinbaum lo que una resaca es para un adolescente tras su primera borrachera: doloroso, confuso y lleno de prom...
Mayo ha sido para Claudia Sheinbaum lo que una resaca es para un adolescente tras su primera borrachera: doloroso, confuso y lleno de promesas de "nunca más". La flamante presidenta ha descubierto de la peor forma que heredar el trono del mesías tropical venía con un paquete de regalos envenenados que ni la madrastra de Blancanieves podría haber ideado. La luna de miel presidencial ha terminado antes de consumarse, sepultada bajo el peso de una realidad que ni el más creativo de los propagandistas oficiales puede maquillar.
Comencemos por la economía, ese paciente terminal al que el gobierno anterior mantuvo con respiración artificial mientras aseguraba que corría maratones. Se celebra con bombos y platillos un crecimiento de 0.2 por ciento, como quien festeja haber encontrado una moneda en el sofá mientras la casa se incendia. "¡No estamos en recesión!", gritan los voceros, olvidando mencionar que tampoco estamos en crecimiento real y que la inflación, esa visitante indeseada, se instaló cómodamente en 4.22 por ciento.
Es como presumir que el Titanic no se hundió completamente porque la punta de la popa aún asomaba sobre el agua. El pobre Edgar Amador, nuevo secretario de Hacienda, ha heredado la tarea equivalente a limpiar establos con un cepillo de dientes. Intenta reducir un déficit que oscila entre seis y ocho puntos del PIB —dependiendo de cómo se contabilice el agujero negro llamado Pemex— lo que representa la friolera de 18 billones de pesos.
Para ponerlo en perspectiva, es como si a usted le dejaran una deuda de varios millones y le pidieran mantener el mismo nivel de vida mientras paga las hipotecas de ocho mansiones que ni siquiera habita. El margen de maniobra es tan estrecho que cualquier movimiento brusco podría desencadenar un colapso peor que una tragedia griega.
Mientras tanto, las obras faraónicas del sexenio anterior —monumentos a la megalomanía del papanatas que nos metió en este embrollo— continúan devorando recursos como un agujero negro fiscal. Todas, sin excepción alguna (y esto no es hipérbole, es la triste realidad), costaron al menos el triple de lo presupuestado. El Tren Maya, esa serpiente ferroviaria que se arrastra por la selva dejando a su paso un rastro de destrucción ecológica, el AIFA, ese aeropuerto donde los aviones son tan escasos como los pasajeros, y la refinería de Dos Bocas, ese sumidero de dinero público que refina más promesas que petróleo, son ahora los hijos problemáticos que Sheinbaum debe alimentar mientras finge que los ama.
Y hablando de hijos problemáticos, llegamos a Pemex, la joya de la corona oxidada. Si existiera un concurso internacional de "Cómo Arruinar una Empresa Petrolera", México se llevaría todos los premios. La administración lopezobradorista logró la hazaña de convertir a la única petrolera del mundo en números rojos en una entidad aún más deficitaria. Pemex es hoy el equivalente corporativo de un zombi: técnicamente en pie, pero sin signos vitales y devorando todo lo que encuentra a su paso. Con la mayor plantilla laboral y la menor productividad del sector, seguir invirtiendo en Pemex refinación es como apostar a que un caballo muerto ganará el Derby.
En el frente de la seguridad, la administración actual intenta reconstruir puentes con Estados Unidos que fueron dinamitados por la doctrina de "abrazos, no balazos" —esa brillante estrategia que consistía en combatir a los cárteles con el poder del amor y buenos deseos. La confianza de nuestros vecinos del norte se evaporó más rápido que el presupuesto de salud durante la pandemia. El gabinete de seguridad actual trabaja arduamente, recibiendo reconocimientos internacionales, mientras esquiva la verdadera bomba de tiempo: las redes de protección a grupos criminales que siguen operando con la discreción de un elefante en una cristalería.
Resulta fascinante la obsesión por investigar a funcionarios de hace 12, 18 o 30 años, como si el crimen organizado hubiera entrado en hibernación durante el sexenio anterior. Mientras tanto, personajes con vínculos evidentes con el narcotráfico pasean por los pasillos del poder con la tranquilidad de quien tiene un salvoconducto firmado por las más altas esferas. Es como contratar a un detective para investigar un robo de hace décadas mientras ignoras al ladrón que está vaciando tu casa en este preciso momento.
La hipocresía alcanza niveles tan estratosféricos que podría competir con los satélites de Elon Musk. Los crímenes de Ximena Guzmán y José Muñoz han arrojado una sombra siniestra sobre la seguridad capitalina, revelando que bajo la superficie de la "transformación" se esconden las mismas prácticas podridas de siempre.
La manipulación de pruebas y el "ajuste de cuadros de mando" —ese eufemismo burocrático para "estamos limpiando el desastre"— sugieren que los tentáculos de la corrupción policial se extienden desde Iztapalapa hasta las más altas esferas. Es como descubrir que el cirujano que va a operarte tiene las manos manchadas de sangre y pretende que no lo notes.
Y como si este cóctel de calamidades fuera insuficiente, los maestros de la CNTE —esos eternos revolucionarios de tiempo completo y trabajo de medio tiempo— han decidido que es el momento perfecto para exigir un aumento salarial del 100 por ciento. Después de recibir un incremento del nueve por ciento y la anulación de reformas que supuestamente los perjudicaban, ahora pretenden la derogación de la ley de pensiones de 2007.
Curiosamente, esta demanda nunca apareció durante el sexenio de López Obrador, cuando las calles estaban misteriosamente libres de bloqueos magisteriales. Es como si un cliente habitual de un restaurante, que nunca se quejó de la comida durante años, regresara con el nuevo dueño para exigir que le devuelvan el dinero de todas sus comidas anteriores.
A este circo se han sumado los grupos de Ayotzinapa, esos fantasmas del pasado que aparecen y desaparecen según la conveniencia política del momento. La sincronización de estas protestas tiene la precisión de un reloj suizo, lo que resulta irónico considerando que la puntualidad no es precisamente una virtud nacional.
El broche de oro de este desfile de horrores será la elección del Poder Judicial este domingo, un espectáculo que haría sonrojar a los más creativos guionistas de distopías políticas.
Este ejercicio de "democracia dirigida" —un oxímoron digno de estudio— pretende acabar con la independencia judicial mediante una votación manipulada desde las entrañas del poder. Los famosos "siervos de la nación" —esa milicia electoral disfrazada de servidores públicos— distribuyen "acordeones" con las instrucciones precisas sobre por quién votar, en una demostración de sutileza comparable a un elefante en una tienda de porcelana.
Estos comicios serán para el gobierno de Sheinbaum lo que una mancha de vino tinto es para un vestido de novia: imposible de ignorar y difícil de explicar. La comunidad internacional observa con una mezcla de horror y fascinación cómo México desmantela uno de los pilares fundamentales de cualquier democracia funcional, mientras el discurso oficial insiste en que estamos avanzando hacia un país más justo y democrático.
Es como si alguien demoliera su casa mientras asegura que está realizando mejoras estructurales. Claudia Sheinbaum ha heredado no un gobierno, sino un campo minado donde cada paso puede desencadenar una explosión. López Obrador, ese hábil engañabobos disfrazado de prestidigitador político, logró la hazaña de transferir todos los problemas a su sucesora mientras se retira a su rancho con el gusto perverso de quien deja la parranda justo antes de que llegue la cuenta.
La deuda impagable que ahora asume la actual administración no es solo económica, sino también moral y política. Mientras tanto, chairos, derechangos, solovinos, fifís y demás perrada, observamos con una mezcla de resignación y cinismo cómo el nuevo gobierno intenta navegar este océano de problemas en una lancha que hace agua por todas partes.
La verdadera transformación, al parecer, consistió en pulir y repintar el sepulcro manteniendo intacta la podredumbre del sistema. Como diría un clásico de la política mexicana: "Más de lo mismo, pero con diferente pestilencia".